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jueves, 24 de noviembre de 2016

Hasta que la muerte os separe

Carnicería Manoli. Otoño de 1970. Llueve a mares. Entra una mujer con unas enormes gafas de sol. Cuando se las quita, su cara hace juego con el mostrador de casquería.

-¡Pepi! ¿Otra vez tu marido? Se ha pasado un poquito, ¿eh?
-Nada, que dice que le puse el café muy caliente y se quemó la boca....
-Mira que te lo tenemos dicho, que a los maridos hay que saberlos llevar. ¿Qué te pongo?

En cuanto se va, la dependienta le dice a otra clienta:

-¿Qué habrá hecho esta vez? Ésta no aprende...

Carnicería Manoli & Hijos. Otoño de 2016. Conversación de la nieta de la dependienta de 1970 con una amiga:

-Ayer mis vecinos otra vez de bronca. Van a acabar fatal. Ella venga a gritar y él diciendo que qué cosas le obliga a hacer y que cualquier día salen en las noticias.
-Nena, y ¿por qué no llamaste al 112?
-¿Yo? Bastante tengo con que me despertaran a la niña. ¡Menuda noche he pasado por su culpa! Además, siempre están igual, lo de anoche es lo normal, y luego te la cruzas en el ascensor y ni te mira. No tiene arreglo.
-¡Qué asco de hombres! El mejor, colgado por....

Hoy es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (DIEVCM) y estoy muy triste, porque creo que no hemos mejorado mucho desde los años 70.  Hemos crecido viendo a nuestras madres aguantar lo que tocaba, lo que había dicho el cura: hasta que la muerte os separe. Hemos cultivado la semilla del odio y nos hemos casado por lo civil, pensando que eso no iba a pasarnos, acechando el más mínimo desliz del otro, porque es un hombre y tendrá deslices y defectos de todo tipo. Hemos educado a nuestras hijas para la guerra.

Hace un año escribí en este blog lo que pensaba sobre la violencia contra la mujer y la hipocresía de la sociedad. En las redes sociales todo se soluciona con un lazo: comprometerse con una causa es sólo cuestión de cambiar el color. Este año al feminicidio le toca naranja, pero pronto será rojo por el SIDA, rosa por el cáncer de mama, negro por los atentados terroristas, etc....Pero si esta noche te despierta una bronca monumental, te tomas una valeriana y a la cama otra vez, mala suerte con los vecinos.

Creo que la violencia contra la mujer no se elimina porque hay una gran parte de la sociedad que no considera que hombres y mujeres sean iguales, otra parte a la que no le conviene que esa igualdad sea efectiva y una tercera, fundamentalmente femenina, que quiere vengarse por los dos milenios de opresión machista que acumula nuestro género (me pregunto qué culpa tiene mi hijo de que Marco Antonio fuera un impresentable con Cleopatra). No coeducamos, y cuando lo hacemos, a veces nos pasamos: que un niño no quiera jugar con muñecas no significa que no vaya a colaborar en las tareas domésticas de mayor.


Marco Antonio, patrón de los opresores....
Sigo pensando como hace un año: lo que más mujeres mata es la educación y la indiferencia de la sociedad los 364 días restantes del año. Nos han educado con el cuento del príncipe azul, ése que iba a cubrir todas nuestras necesidades, económicas y afectivas, que iba a llenar nuestros vacíos, hasta que la muerte nos separara, como en si en vez de mujeres fuéramos coladores o algo así. A causa de esta educación, yo he visto cómo muchas de mis amigas (también algún amigo, pero menos ) se "moría" después de la boda: adiós a las sesiones de aeróbic, a la lectura, a salir con amigas, a ir de compras con las vecinas, a mis programas de televisión, a las clases de francés...La vida de ellos después del matrimonio, mientras esperan que la muerte los separe, también se torna apasionante: adiós al partido de futbito de los domingos, a ver el partido en el bar, a llegar a casa después del trabajo sin obligaciones, empezar a ir de rebajas con ella, recoger a los niños de las actividades....El rencor se va acumulando de un lado y otro, y poco después el rencor da paso al odio.


La mayoría de los matrimonios que fracasan lo hacen por decepción, pero no es una decepción del otro en sí, sino del sistema que nos había prometido que el otro nos lo iba a dar todo a cambio de nada, y eso es una expectativa imposible de cumplir. La mayoría de las personas que han roto su relación acusa al otro de haberlo dejado todo por él. La inmensa mayoría de las veces, la otra persona no le ha pedido tal renuncia. La mayoría de la gente acaba el día sin haber tenido un sólo gesto que fortalezca su relación de pareja, sólo espera que el otro esté allí al día siguiente porque les han dicho que eso será así, hasta que la muerte los separe. 

Nuestras madres fueron mujeres florero, nuestra generación es la de la mujer "colador", ésa a la que le han dicho que su media naranja iba a saciar todas sus carencias, a llenar todos sus huecos. Nadie cumple esa función, y si exiges a alguien que la cumpla, estás cerrando el universo a dos personas. Nos queda la importante tarea de educar a nuestros hijos e hijas en un mundo más igualitario, en el que no se generen falsas expectativas respecto a las relaciones entre géneros. Para la educación en igualdad es básico el ejemplo, porque nuestros hijos nos observan continuamente. La igualdad se tiene que reflejar en las funciones de los padres en casa, en el reparto de las tareas domésticas, en las obligaciones y derechos de los hijos, en las actividades en familia, en las relaciones de los distintos miembros de la familia con personas del exterior.

Si conseguimos una generación educada en la igualdad, que tenga interiorizada dicha igualdad como algo tan natural como la salida del sol, tenemos una posibilidad de acabar con esta guerra que lleva dos mil años. Si nuestros hijos se sienten y saben iguales, nuestras hijas dejarán de ser víctimas propiciatorias: la violencia se ejerce sobre alguien que se sabe más débil. Mientras llega ese día, me reitero en mi mensaje del año pasado: no te calles, no seas cómplice, no eches leña a la hoguera de las diferencias entre géneros y no cambies tu cara por un lazo, que lo que vale es tu cara: da la cara contra la violencia de género.


viernes, 18 de noviembre de 2016

Ranas, sapos y culebras

No creo en la política, pero me divierte mucho. Las noticias de hoy han sido todas muy interesantes: pataleta frente al Rey de Unidos Podemos, Esquerra Republicana y EH-Bildu, y la lesión de Morata por jugar en la Selección sin el preceptivo control médico. No, si al final todos los problemas vienen de la misma bandera. 

Soy republicana convencida, de hecho, me encantó la camiseta de Cañamero, si no fuera porque le perdí el respeto a este señor cuando se dedicó a encararse con cajeras de Mercadona. Por desgracia, nuestro país aún es una monarquía, con princesitas incluidas, que yo tampoco sé por qué no han ido hoy a clase, pero mientras eso sea así, el Rey es un símbolo del Estado, y saltarse el protocolo en la apertura de la Legislatura, es hacerle una pedorreta al Estado y a las instituciones que lo configuran, que además son garantes de la Constitución (aunque ésta tampoco les importa mucho, ahora que lo pienso).


Objetivo conseguido: han sido portada de todos los informativos, más allá del inicio de la Legislatura en sí, el desplante al Rey. Y como era un desplante anunciado, había, hay y habrá mucho ir y venir en Twitter y otras redes sociales sobre lo enfadadísimos que estaban por la presencia del monarca y la parada militar. Desde mi profundo rechazo al nuevo cargo que ostenta Mª Dolores de Cospedal, para el que creo que no está capacitada, me pregunto qué habría hecho tal día como hoy José Julio Rodríguez si fuera ministro de defensa: ¿disfrazar a la cabra de la Legión de Bob Esponja y todo sea por la pluralidad y la autodeterminación?

Las cosas no van bien en este país y es porque somos un país de caínes, donde el despelleje del otro prima sobre demostrar la propia valía. Por una parte tenemos un gobierno que se supone el menos malo para la población, puesto que ha sido el más votado (como en EEUU), pero que no se renueva (los nuevos ministros son "viejas glorias") y que además se sustenta sobre los cimientos de la corrupción. El 2017 viene con tantas macrocausas que es más probable que una de ellas salpique a tu círculo social a que toque en él la lotería de Navidad. Luego está el partido de la escisión, que la verdad, dan un poco de pena, sobre todo porque a costa de ver memes una acaba creyéndose que el plan oculto de Pedro Sánchez era acabar con el PSOE y que realmente estaba en nómina del PP. Y por último los que viendo que no fueron lo que podían haber sido, antes de hundirse en la opinión pública, se aferran a sus parcelitas autóctonas de poder y lo llaman federalismo.

De los niños nadie parece acordarse
Yo no he votado a ningún Rey, tampoco he votado a ningún político de los que veo en televisión despotricando de los demás, y sin aportar ninguna guinda nueva a la tarta. Tenemos innumerables problemas; el desempleo, la economía sumergida, el envejecimiento de la población, la inmigración, el acoso escolar, el terrorismo islámico...y las Cortes sólo se han puesto de acuerdo en crear una subcomisión para la violencia de género que entienda a la mujer como víctima en cualquier caso de violencia, en el ámbito que sea y por ende al hombre como enemigo, en el ámbito que sea ...Considerar a la mujer como colectivo desfavorecido es políticamente correcto, mientras los niños quedan olvidados y la violencia que éstos sufren en el ámbito familiar, queda para otra legislatura.

En los próximos meses no vamos a ver nada interesante en el panorama político de este país. No vamos a ver debates, no vamos a ver presupuestos, no vamos a ver propuestas. Sólo vamos a ver descalificaciones y desdenes que serán portada de todos los informativos, porque en este país, quien más escupa ranas, sapos y culebras, como la princesa del cuento, es quien, a fuerza de rabietas morrocotudas, se sale con la suya.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Bautismo de Facebook

Es sábado y los niños están dormidos: la ocasión ideal para un desayuno en pareja. Después de tres niños que a veces se convierten en más, lo que antes podría llamarse un desayuno romántico se convierte en un "maravilloso desayuno sin interrupciones". Todo es perfecto: café, silencio, pan tostado y nada de prisas, más o menos mi idea del paraíso. Además, tengo una lista de temas de conversación que he ido acumulando durante toda la semana para hablar con mi marido, hasta creo que alguno de ellos puede estar ya caducado, pero en fin....

Estos son mis pensamientos cuando pongo la taza de café sobre la mesa. Me encuentro a mi marido ya sentado, haciéndole una foto a su desayuno: una tostada con aceite de oliva y jamón serrano. 

-¿Qué haces?
-Es para Facebook. Voy a manifestarme en contra de la OMS y a favor del desayuno mediterráneo.

Mentalmente empiezo a seleccionar los temas de conversación que considero más urgentes, porque veo que mi desayuno en pareja se complica, pero ya es tarde: el móvil de mi marido empieza a vibrar. Mi marido hace comentarios, sonríe o resopla cada vez que consulta el móvil y yo, que no tengo perfil en Facebook, decido poner el informativo, más que nada por compensar esos casi 2000 amigos con algo de compañía por parte de la novia...

La tostada de mi marido viajó por todo el mundo y fue compartida decenas de miles de veces. Aquella mañana decidí hablar de los efectos psicológicos de Facebook, pero como he dicho antes, yo no tenía perfil de Facebook, así que me saqué uno ese mismo día, decidí elaborar mi propio experimento sociológico y me lancé a la RED

Para ello, me hice usuaria de Facebook con un perfil totalmente público, ya que se trataba de un experimento en el que por supuesto no iba a publicar nada que no me importara que fuera público, valga la redundancia. Establecí unas normas de actuación:
  1. Aceptar todas las solicitudes de amistad, excepto las que correspondieran claramente a trolls, aunque alguna se me coló. También decidí no aceptar las correspondientes a perfiles de empresa que no tuvieran ningún interés para mí, las de claro carácter sexual, las limitadas por una barrera idiomática y las que tuvieran como supuesto propietario del perfil a un menor.
  2. No solicitar amistad a nadie, 
  3. Cambiar todos los días la foto de perfil, puesto que es nuestra carta de presentación, y me interesaba mucho saber qué puerta querían cruzar los que venían a mi muro.
  4. Activar messenger.
  5. No mentir.
  6. Aceptar la inclusión en grupos.
A la media hora de mi nacimiento en Facebook, mi marido me solicitó amistad, y a partir de él, empecé a recibir solicitudes de lo más variopinto, tantas, que había días en los que no tenía tiempo de revisar las solicitudes pendientes y contestarlas antes de apagar el móvil, cosa que hago (salvo contadas excepciones) en torno a las diez de la noche. Es cierto que yo dedicaba poco tiempo a Facebook, contados ratos sueltos, en primer lugar porque no disponía de mucho tiempo libre, y en segundo, porque no tenía el hábito de publicar mi vida. 

El escarabajo del que nadie quiso hacerse amigo
Los primeros días, Facebook era una novedad para mí, y reconozco que le prestaba más atención de lo habitual, a veces me preguntaba por qué tal o cuál persona me enviaba una solicitud de amistad, pero pronto dejé de hacerlo porque me di cuenta de que eran preguntas sin respuesta. Lo único que supe desde el principio fue que Facebook es el dominio de la imagen, puesto que prima ésta sobre el texto, y que la gente busca normalmente personas reales, ya que yo ponía de forma alterna fotografías en las que se me pudiera reconocer y otro tipo de fotos generales, y los días que más solicitudes de amistad recibía eran los de mis fotos, cosa que me sorprendía enormemente,porque yo no me considero nada guapa, y sin embargo, del precioso escarabajo rinoceronte que una mañana de junio apareció en la puerta de mi casa, nadie se quiso hacer amigo...

Cuando creé mi perfil, puse que era psicóloga, madre de tres hijos, periodista, curiosa y algunas cosas más, pero no puse que estaba casada, porque no se me ocurrió que pudiera ser una característica que definiera a mi persona. Tres días después había recibido tantas proposiciones de todo tipo que decidí añadir ese pequeño detalle a la información sobre mi persona, pero de nada me sirvió, porque las insinuaciones siguieron y los mensajes privados crecieron a un nivel incompatible con mi actividad diaria, de manera que tomé la decisión de no contestar a nadie, arriesgándome a parecer grosera y a perderme más de una conversación interesante. Creo que el problema básico del messenger radica en cómo se imaginan otros usuarios que eres y cómo se sienten legitimados a inmiscuirse en tu vida sólo porque ven el check verde de messenger. En sólo tres o cuatro días me pidieron amistad, sexo, cariño, consejo psicológico y sobre todo, tiempo (¿a qué hora vas a estar para hablar otra vez?).

Cómo se imaginan usuarios desconocidos

Durante ese primer mes, recibí unas 250 solicitudes de amistad, de las cuales apenas una decena eran de personas conocidas. Mi primera conclusión fue que Facebook era el lugar ideal para vender aquello que no eres a personas que no conocen qué eres en realidad: un mundo paralelo donde crear tu propia versión de tu mejor yo, o hacer cosas a las que no te atreves en la vida real, por eso una desconocida como yo, que apenas publicaba más que fotos durante ese primer mes tuvo tantas solicitudes de amistad. También me pareció que en el caso de personas conocidas, Facebook era un escaparate de las partes que más querían mostrar de sus vidas a la comunidad. Como soy psicóloga y la gente normalmente me cuenta cosas espontáneamente, Facebook no tenía ningún atractivo para mí, porque lo que me suele interesar por deformación profesional es precisamente aquello que la gente no quiere contar.

Después de mi experimento, me fui de vacaciones y disfruté de un largo verano en familia que apenas conté en Facebook. La gran duda era si continuar con mi perfil o no, y finalmente he decidido quedarme porque es una ventana a un mundo lleno de información (aunque haya que comprobarla) y a la información no conviene cerrarle las puertas. Dejo pendiente una entrada sobre los efectos psicológicos de Facebook, que son muy variados, ya os contaré en los próximos días.

martes, 25 de octubre de 2016

El Nobel del Silencio

El 25 de octubre de 1956 una pareja se mira en silencio en la Clínica Mimiya de Santurce. Es un silencio con olor a despedida, un silencio construido de palabras ya dichas, que no hace falta repetir, y de otras que nunca se dirán, porque una vida juntos casi nunca da para decírselo todo, o porque hay cosas que es mejor no decir. Él ausente, evasivo, rebelde contra la vida que ha elegido llevarse a ella primero, contra todo pronóstico razonable contrario. Ella resignada, amante, consciente de su final a pesar de los intentos de los mejores médicos, se guarda un regalo de despedida en la manga, una sorpresa agridulce:

-Esta mañana han llamado de la Academia Sueca. Te han dado el Nobel de Literatura...

Zenobia murió de cáncer ese mismo día y tres días más tarde se hizo oficial la concesión del Nobel a Juan Ramón Jiménez, poniendo en serias dificultades a todos los que quisieron felicitarlo y darle el pésame a la vez., 


¿Qué queréis que os diga? Ya se ha escrito de todo sobre el nuevo Nobel de Literatura, se han hecho chistes, memes, ríos de tinta y píxeles para protestar porque se lo han dado a un maltratador, a un drogadicto, a un pasota y mil cosas más. A mí me da igual cómo sea este señor, entiendo que la Fundación Nobel usa sus fondos y por tanto tiene libertad para emplearlos como le venga en gana. Me parece muy moralista criticar al Nobel de Literatura por el hecho de que conozcamos su estrafalaria historia. No he escuchado a nadie rasgarse las vestiduras debatiéndose por saber si el último Nobel de Medicina le era fiel a su mujer o no, ¿acaso importa?

Personalmente creo que la Academia Sueca se ha equivocado porque ha dado el Nobel a alguien que, aparte de no desearlo, no es escritor, sino cantautor. Fue lo que más me llamó la atención cuando supe la noticia (y la contrasté, porque confieso que no me lo creí a la primera). Mi siguiente pensamiento fue el próximo Nobel para Silvio Rodríguez, y ya me imaginaba yo la alfombra roja sueca llena de unicornios azules, animales de galaxia, mujeres con sombrero, días y flores y eras que paren corazones... No tardé en volver a la realidad para pensar que Silvio Rodríguez, como muchos otros de su talante, nunca tendrá un Nobel.




Me gusta el rock, me encanta Knockin´ on heaven´s door, pero no me inspiran confianza los rockeros anticapitalistas y rebeldes con grandes fortunas, por muy bien que escriban. Alfred Nobel, al que seguramente le estarán sonando los oídos en su tumba, dijo que el premio de Literatura se otorgaría a "la obra más destacada de tendencia idealista", y aparte de la rebeldía constante al poder establecido, mejor dicho, a cualquier tipo de autoridad, no he encontrado mucho de idealismo en sus letras. 

Mucha gente ha criticado el Nobel de Literatura de este año, yo no tengo ese problema ya que no me sobran ocho millones de coronas suecas para decidir a quién se lo daría. En cualquier caso, pienso que si tuviera que premiar a personas que han defendido sus ideales con la palabra y la expresión poética ("la obra más destacada de tendencia idealista"), mi Nobel sería el Nobel del silencio: el de todas las voces acalladas por defender un ideal común, por intentar construir un mundo mejor, por expresar en palabras el grito ahogado de las minorías. Muchos de los que vienen a mi mente ya no están entre nosotros (Víctor Jara, Martin Luther King, John Lennon, Miguel Hernández, Gabriel Celaya), son todos muy distintos, una caravana de idealistas que cuyas voces fueron silenciadas por alguien que gritaba más fuerte, tenía más poder o llevaba un arma. Mientras alguien recuerde sus voces, su esfuerzo poético no habrá sido en vano, así que a ellos les otorgo mi Nobel, carente de dotación económica, el Nobel del Silencio. 



viernes, 14 de octubre de 2016

Robar se escribe con b

Hoy quiero contaros la historia de un robo que me enorgullece y enfada por igual manera, a ver qué pensáis vosotros. Os adelanto que la víctima del robo he sido yo y el objeto del robo, ese ente abstracto cuyos derechos se violan en tantas partes: la propiedad intelectual.

Los que me leéis habitualmente sabéis que escribir este blog es una forma de evasión como otra cualquiera, una terapia autoinfringida para relajarme después de acostar a los niños, un foro desde el que comparto mi opinión libremente con aquellos que tengan a bien leerla, normalmente amigos y conocidos que lo hacen desde el cariño. Una parte importante de mi vida y de esa opinión es el teatro, al que voy con frecuencia y sobre el que suelo hablar, especialmente cuando me ha gustado.

El domingo pasado escribí una crítica sobre El pintor de batallas, la adaptación teatral de Antonio Álamo basada en la obra del mismo título de Arturo Pérez Reverte. La obra me había gustado en su mayor parte, aunque no había respondido del todo a las expectativas marcadas por la lectura que hice hace unos años de la novela. Compartí en Twitter mi crítica citando a Pérez Reverte y, cuál no sería mi sorpresa cuando veinte minutos después, él compartió mi entrada en su cuenta. La verdad es que me hizo mucha ilusión.



Tengo tres hijos y poco tiempo para las redes sociales, así que mi semana continuó con normalidad: pensando en los próximos eventos teatrales, en los macro juicios que colapsan los informativos, cómo entendérmelas con mi hija adolescente, etc. De repente esta tarde he visitado Twitter y algo escrito por Pérez Reverte me ha llamado la atención. 


Ocupar la silla T de la Real Academia Española es un mérito, desde mi punto de vista merecido (muy a pesar de sus detractores) que ostenta este escritor desde 2003. ¿Por qué, entonces, me pregunté yo esta tarde, usa el término "reseña" para referirse a lo que parecía ser una crítica de la representación teatral de El pintor de batallas? "Reseña" puede ser una crítica, pero se usa más para referirse a textos que a representaciones teatrales. Por supuesto me picó la curiosidad por saber la opinión de quien firmaba, una tal Victoria R. Ramos.

Y siguiendo de sorpresa en sorpresa descubrí que el 90% de su supuesta crítica era un reciclado, he de admitir que bastante poético, de la mía. Ideas mías calcadas en palabras suyas, argumentos, comentarios sobre los actores o la adaptación del texto, citas de la obra que previamente había utilizado yo y hasta mi título en mitad de uno de sus párrafos. Enseguida entendí que el término "reseña" era el más apropiado, porque había reseñado mi texto, eliminando las cosas que a mí no me habían gustado (en positivo, que para eso ella cobra y yo no, por eso soy libre) y añadiendo alguna cosa que espero sea de su cosecha, aunque me sobran los motivos para sospechar lo contrario.

Hasta los tontos más tontos saben que lo que uno se encuentra en su camino, normalmente tiene dueño. Hasta los blogueros aficionados como yo, que estamos muy lejos de aspirar a las altas esferas literarias sabemos que la propiedad intelectual es sagrada y que apropiarse de una idea ajena es una bajeza moral y si se hace con fines lucrativos, un delito. Hasta quien se sienta en el sillón de la T, empezó a leer por el principio del abecedario y sabe que "robar" se escribe con b.

Mi entrada del blog es del día 9 de octubre, la de ella es del día 12, Os dejo un resumen de las ideas plagiadas para que juzguéis por vosotros mismos:
  1. Efectos de presenciar una obra de teatro o una película sobre un libro que has leído. 
  2. Sobre la adaptación respetuosa de la novela y las omisiones que yo había percibido para mantener en vilo al espectador.
  3. Sobre Alberto Jiménez, describe su actuación con mis palabras, hablando del dinamismo de su interpretación y de su utilización del espacio escénico.
  4. Donde Álvaro Luna haga la videoescena, allí estaré yo, y "ella".
  5. "Caronte faltó a la cita", ella dice que "no acudió a la cita en Pucela".
  6. Los yugoslavos de finales de los ochenta no pensaban que la guerra pudiera presentarse en sus vidas, en un país desarrollado y culto.
  7. La guerra como tema de ciencia ficción, como algo que nunca nos ha de pasar a nosotros.

domingo, 9 de octubre de 2016

Caronte faltó a la cita

Hoy he visto la primera adaptación para teatro que se ha hecho de una novela de Arturo Pérez Reverte: El pintor de batallas. Antes de ir pensé: "es imposible estropear esta novela", y ahora pienso que tenía razón. Me ha gustado la versión teatral en general, aunque con matices, En el teatro pasa como en el cine, las versiones de un libro que has leído son difíciles de asimilar, principalmente porque la historia que uno ha imaginado leyendo nunca es la misma que el guionista, dramaturgo, actores, etc. exponen ante sus ojos, y eso complica bastante las cosas. De hecho, fuimos cuatro amigos a verla, y de los cuatro a la que más gustó, fue a la única que no había leído la novela, que por cierto manifestó su intención de hacerlo al salir de la sala.

Si yo fuera Pérez Reverte, probablemente también le habría confiado mi texto a Antonio Álamo. La versión que vi ayer de El pintor de batallas refleja con soltura y unos diálogos excepcionales lo esencial de la novela a la que se remite. Siendo muy respetuoso con el texto original, Álamo deja que el espectador adivine o complete ciertas omisiones, convirtiéndolo en cómplice y creando una interacción que mantiene al espectador en vilo al igual que la novela. Recuerdo perfectamente mi reacción ante aquella frase Porque voy a matarlo a usted, pensé "yo de este sofá no me muevo hasta ver si lo mata o no lo mata".


La guerra tiene su público, y en Europa, la guerra se consume como la ciencia ficción, como algo que nunca nos va a pasar. Eso mismo debían pensar los yugoslavos a finales de los 80, viviendo en un país desarrollado, culto, industrializado y en el que convivían distintas culturas y los posibles odios entre vecinos se debían más a enfrentamientos familiares de antaño que a diferencias étnicas, aunque luego la guerra le dio sentido a todos ellos. De repente un día estos vecinos dejaron el anonimato salieron en todos los informativos protagonizando lo que los periodistas muy amablemente nombraron "el conflicto de los Balcanes".

Uno de estos vecinos anónimos es Ivo Markovic, interpretado concienzudamente por Alberto Jiménez, que se esforzó con el acento croata y con una utilización del espacio escénico que dio mucho dinamismo a su personaje y a la obra en general. El coprotagonista que da nombre a la novela, fue interpretado por Jordi Rebellón, que consiguió transportarnos a la mente de un hombre que está en guerra consigo mismo, con una fuerza narrativa tal, que casi no necesitaba desplazarse por el escenario y apenas modular el tono de su voz. Eran dos personajes muy difíciles y se notaba el trabajo de elaboración de cada actor, me gustó el trabajo actoral por separado, pero no me convenció la interacción. Desde mi punto de vista, en el diálogo radica el tema principal de la novela: la transformación de los personajes a través del encuentro dialéctico, y eso no lo percibí anoche, aunque las interpretaciones por separado fueron muy buenas.


Para mí, que muchas veces miro con ojos de psicóloga, el tema principal de la novela no es la guerra en sí, sino la teoría del caos citada por el autor, el efecto mariposa, que hace que dos personas que deberían ser lo opuesto una de la otra, descubren a través del diálogo que no son tan distintas, que la vorágine de la guerra los ha manipulado a los dos, que están cerca uno del otro y lejos, muy lejos de lo que creían ser. Detesto a los soldados que se hacen preguntas, pero mucho más a los que obtienen respuestas. Los personajes de la novela buscan uno en otro respuestas que ellos por sí mismos no han encontrado durante años, y no llegan a ninguna conclusión satisfactoria. ¿Es azarosa o causal una decisión que se toma en cuestión de segundos? ¿Y si esa decisión cambia toda tu vida o la de otro, nos hace sentir mejor decir que ha sido el azar? 

Volviendo al escenario, a mí me gustaron tanto la música y la utilización del espacio sonoro, que me supo a poco. Magnífico el violín de Verónica Jorge subrayado por el chelo de Ainhoa Uribelarrea, los habría usado en más ocasiones. Y por supuesto, la videoescena. Sólo puedo decir de ella que donde Álvaro Luna haga la videoescena, allí estaré yo. Tiene una envidiable capacidad de convertir la narración en imágenes, y no en cualquier imagen, sino en la apropiada en cada caso, precioso su cuadro de la batalla que acompaña la evolución personal del pintor.

Lo que menos me gustó fue el final. No voy a contar el final de la novela, porque animo a los que no la han leído a que lo hagan. El final de la novela, no sólo ha sido sugerido a lo largo de la narrativa, sino que, desde mi punto de vista, dignifica a ambos personajes. Yo creo que Álamo no ha sabido plasmar esto en la obra de teatro, de la que tampoco voy a contar el final, para que vayan y juzguen por sí mismos. Sólo diré que yo hice un gesto de decepción y la persona que había a mi lado preguntó "¿qué te pasa?" "Que Caronte ha faltado a la cita", respondí.

Caronte faltó

domingo, 2 de octubre de 2016

De puntas por la Mancha

Anoche fui a ver Don Quijote, ballet en tres actos de la Compañía Nacional de Danza, con coreografía de José Carlos Martínez. Casi dos horas y media de desprecio por la fuerza de la gravedad que me hicieron sentir que yo misma flotaba sobre la escena: maravillosas música, coreografía, escenografía, vestuario y por supuesto maravillosa ejecución de los bailarines en esta adaptación española de un ballet que, pese a su cervantino nombre y a la nacionalidad francesa de su autor, Marius Petipa, es genuinamente ruso de nacimiento, inspiración y partitura original.


No me gusta leer las críticas antes de ir a ver un espectáculo, porque me condicionan, así que me enfrenté a un Don Quijote del que no sabía nada, excepto que no era una escenificación de la novela universal, sino del capítulo XIX de la segunda parte, que se centra en la azarosa historia de amor entre Basilio y Quiteria, convertidos en triángulo por el intruso pero bien posicionado Camacho.

Lo que destacaría de este ballet es la perfección técnica, llegando en algunos momentos a convertirse en una auténtica exhibición de capacidades de los bailarines. El público entusiasmado aplaudía cada escena, incitado con frecuencia por los saludos de los intérpretes, lo que para mi gusto cortaba el argumento y alargaba más de lo deseado la duración final de la obra. Si bien es cierto que los aplausos eran más que merecidos, porque desde el primer acto las escenas se superaban en belleza y armonía, hilvanadas por una ejecución que combinaba la danza y la poesía en una interpretación muy original del argumento que incluso incluía una escena en la que los bailarines, convertidos en toreros, se vestían de luces y hacían volar capotes sobre sus cabezas.



Un aspecto que caracteriza los ballets de Petipa es su interés por equilibrar el protagonismo de ambos géneros, y eso se respeta en el montaje de José Carlos Martínez, con varias escenas casi exclusivamente masculinas que a mí particularmente me gustaron mucho, comenzando por la de los toreros, la de los gitanos en el segundo acto o la pelea callejera del acto final. También me gustó muchísimo en el segundo acto el encuentro de Don Quijote con su representación del amor perfecto, encarnado en la volátil Dulcinea, bendecido por Cupido y acompañado por las dríadas del bosque bajo un cielo estrellado.

La escenografía de Raúl García Guerrero fue sencilla pero precisa, sin que faltara el molino que dejó al público sin aliento engullendo al Quijote. El vestuario elaborado en el taller de Carmen Granell no deja escapar detalle, hasta el punto de que por sí solo podría contar la historia: los trajes de luces, los vestidos de las gitanas, los tutús preciosos, el vestido de Cupido que flotaba con ella, el tutú de Dulcinea y los preciosos trajes de volantes para la escena flamenca. He leído que para diseñar el vestuario, el taller de Carmen Granell se ha inspirado en el folclore español y en las pinturas de Velázquez, y eso se percibe en las escenas más costumbristas. Mis ojos disfrutaron muchísimo de este vestuario en perfecto compás. A mí particularmente no me gustaron ni Don Quijote (demasiado hierático, más que lunático, rígido) ni Sancho Panza (demasiado ridículo, aunque tiene momentos muy divertidos, como la escena del manteo).



No es fácil hacer una versión de Don Quijote en España a pesar de lo paradójico que suena decirlo. José Carlos Martínez lo consigue, nos lleva de puntillas por la Mancha, nos atrapa en un amor prohibido y hasta nos deja un fandango en el tercer acto. Quizás lo más quijotesco del ballet en general es su capacidad de usar la música como medio de transporte hacia esa realidad que flota a diez centímetros (cuando menos) sobre el suelo: yo sé que son personas, pero el Quijote que hay dentro de mí los ve volar.