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miércoles, 20 de enero de 2016

Guerra de cortezas

Estoy discutiendo otra vez con mi hija adolescente.  Tener un hijo adolescente es como sufrir la tortura de la gota china, infinito.  A cada argumento surge otra pregunta, otra protesta, otra exigencia. Desde mi fuero interno sé que es injusto que discuta con ella al mismo nivel que con un adulto, a pesar de que ya supere mi estatura (cosa que no tiene mucho mérito, por otra parte). Soy psicóloga, sé que se comporta así porque no ha desarrollado aún del todo su corteza prefrontal, ésa que le va a permitir asumir normas, ser más empática, asertiva y adquirir esas diversas habilidades sociales que aún le faltan, si ella quiere.

Así que como yo sí tengo corteza prefrontal, me armo de paciencia y la escucho. Su contraargumento va y viene entre las dos, como si nuestra discusión fuera un partido de tenis, pero sin modificaciones, y yo, que soy tan dialogante por naturaleza, resisto firmemente a la tortura de la gota que cae y cae. Y a pesar de que mi repertorio conductual no incluye la respuesta agresiva, el dinosaurio que vive en mí, del que heredo mi arquicorteza, desea saltar sobre ella y conseguir que pare la cantinela al precio que sea: zarpazos, patadas, gritos, muerte a mordiscos.  Seguro que mi dinosaurio antepasado fue un velociraptor, apuesto a que sí.

Velociraptor o madre enervada
Mientras tanto, por fuera sigo imperturbable, cosa que irrita más aún a mi voluble hija iracunda. Al menos dame otra respuesta, mamá, ésa no me vale, eso ya me lo has dicho. Cada vez está más irritada, seguro que su antecesor fue un allosaurus. Y desde dentro de esa parte tan ancestral de mi cerebro que me ha permitido sobrevivir como especie a miles de razones justificadas para la extinción, están las estructuras que controlan mis emociones. Mi amígdala tiene miedo de que el velociraptor gane y acabe terminando la discusión con un grito, mi hipocampo recuerda todas las discusiones que no siempre he ganado, y mi septum pide a gritos helado de chocolate, que para eso es el centro neurológico del placer.

Corteza con forma de corazón
¿Quién ganará esta batalla, la lógica, el dinosaurio o el amor de madre? Cuando esta misma hija era bastante más pequeña, recuerdo que leí que a la edad de los dos años se solía llamar primera adolescencia. Fue entonces cuando, después de sufrir varias rabietas, acuñé una frase que me ha infundido ánimos y me ha dado grandes resultados en mi quehacer educativo: con terroristas y niños de dos años no se negocia.

Entonces me llega la inspiración, en esta guerra de cortezas no puedo dejar que gane el dinosaurio, pero tampoco me sirve la lógica (por su carencia de corteza prefrontal, se entiende), así que tiro del amor de madre y termino con una palabra que, aunque hace mucho bien, me ha costado muchos años aprender a decir: no, cariño, porque no.


1 comentario:

  1. Tal vez no sea la forma más razonable de acabar una discusión, pero, desde luego, siempre (me atrevería a decir que incluso desde la época de los dinosaurios parlantes), ha sido la más efectiva. Como amante de la buena escritura y padre de niñas adolescentes, desde ya me hago seguidor de tu blog.

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