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jueves, 24 de noviembre de 2016

Hasta que la muerte os separe

Carnicería Manoli. Otoño de 1970. Llueve a mares. Entra una mujer con unas enormes gafas de sol. Cuando se las quita, su cara hace juego con el mostrador de casquería.

-¡Pepi! ¿Otra vez tu marido? Se ha pasado un poquito, ¿eh?
-Nada, que dice que le puse el café muy caliente y se quemó la boca....
-Mira que te lo tenemos dicho, que a los maridos hay que saberlos llevar. ¿Qué te pongo?

En cuanto se va, la dependienta le dice a otra clienta:

-¿Qué habrá hecho esta vez? Ésta no aprende...

Carnicería Manoli & Hijos. Otoño de 2016. Conversación de la nieta de la dependienta de 1970 con una amiga:

-Ayer mis vecinos otra vez de bronca. Van a acabar fatal. Ella venga a gritar y él diciendo que qué cosas le obliga a hacer y que cualquier día salen en las noticias.
-Nena, y ¿por qué no llamaste al 112?
-¿Yo? Bastante tengo con que me despertaran a la niña. ¡Menuda noche he pasado por su culpa! Además, siempre están igual, lo de anoche es lo normal, y luego te la cruzas en el ascensor y ni te mira. No tiene arreglo.
-¡Qué asco de hombres! El mejor, colgado por....

Hoy es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (DIEVCM) y estoy muy triste, porque creo que no hemos mejorado mucho desde los años 70.  Hemos crecido viendo a nuestras madres aguantar lo que tocaba, lo que había dicho el cura: hasta que la muerte os separe. Hemos cultivado la semilla del odio y nos hemos casado por lo civil, pensando que eso no iba a pasarnos, acechando el más mínimo desliz del otro, porque es un hombre y tendrá deslices y defectos de todo tipo. Hemos educado a nuestras hijas para la guerra.

Hace un año escribí en este blog lo que pensaba sobre la violencia contra la mujer y la hipocresía de la sociedad. En las redes sociales todo se soluciona con un lazo: comprometerse con una causa es sólo cuestión de cambiar el color. Este año al feminicidio le toca naranja, pero pronto será rojo por el SIDA, rosa por el cáncer de mama, negro por los atentados terroristas, etc....Pero si esta noche te despierta una bronca monumental, te tomas una valeriana y a la cama otra vez, mala suerte con los vecinos.

Creo que la violencia contra la mujer no se elimina porque hay una gran parte de la sociedad que no considera que hombres y mujeres sean iguales, otra parte a la que no le conviene que esa igualdad sea efectiva y una tercera, fundamentalmente femenina, que quiere vengarse por los dos milenios de opresión machista que acumula nuestro género (me pregunto qué culpa tiene mi hijo de que Marco Antonio fuera un impresentable con Cleopatra). No coeducamos, y cuando lo hacemos, a veces nos pasamos: que un niño no quiera jugar con muñecas no significa que no vaya a colaborar en las tareas domésticas de mayor.


Marco Antonio, patrón de los opresores....
Sigo pensando como hace un año: lo que más mujeres mata es la educación y la indiferencia de la sociedad los 364 días restantes del año. Nos han educado con el cuento del príncipe azul, ése que iba a cubrir todas nuestras necesidades, económicas y afectivas, que iba a llenar nuestros vacíos, hasta que la muerte nos separara, como en si en vez de mujeres fuéramos coladores o algo así. A causa de esta educación, yo he visto cómo muchas de mis amigas (también algún amigo, pero menos ) se "moría" después de la boda: adiós a las sesiones de aeróbic, a la lectura, a salir con amigas, a ir de compras con las vecinas, a mis programas de televisión, a las clases de francés...La vida de ellos después del matrimonio, mientras esperan que la muerte los separe, también se torna apasionante: adiós al partido de futbito de los domingos, a ver el partido en el bar, a llegar a casa después del trabajo sin obligaciones, empezar a ir de rebajas con ella, recoger a los niños de las actividades....El rencor se va acumulando de un lado y otro, y poco después el rencor da paso al odio.


La mayoría de los matrimonios que fracasan lo hacen por decepción, pero no es una decepción del otro en sí, sino del sistema que nos había prometido que el otro nos lo iba a dar todo a cambio de nada, y eso es una expectativa imposible de cumplir. La mayoría de las personas que han roto su relación acusa al otro de haberlo dejado todo por él. La inmensa mayoría de las veces, la otra persona no le ha pedido tal renuncia. La mayoría de la gente acaba el día sin haber tenido un sólo gesto que fortalezca su relación de pareja, sólo espera que el otro esté allí al día siguiente porque les han dicho que eso será así, hasta que la muerte los separe. 

Nuestras madres fueron mujeres florero, nuestra generación es la de la mujer "colador", ésa a la que le han dicho que su media naranja iba a saciar todas sus carencias, a llenar todos sus huecos. Nadie cumple esa función, y si exiges a alguien que la cumpla, estás cerrando el universo a dos personas. Nos queda la importante tarea de educar a nuestros hijos e hijas en un mundo más igualitario, en el que no se generen falsas expectativas respecto a las relaciones entre géneros. Para la educación en igualdad es básico el ejemplo, porque nuestros hijos nos observan continuamente. La igualdad se tiene que reflejar en las funciones de los padres en casa, en el reparto de las tareas domésticas, en las obligaciones y derechos de los hijos, en las actividades en familia, en las relaciones de los distintos miembros de la familia con personas del exterior.

Si conseguimos una generación educada en la igualdad, que tenga interiorizada dicha igualdad como algo tan natural como la salida del sol, tenemos una posibilidad de acabar con esta guerra que lleva dos mil años. Si nuestros hijos se sienten y saben iguales, nuestras hijas dejarán de ser víctimas propiciatorias: la violencia se ejerce sobre alguien que se sabe más débil. Mientras llega ese día, me reitero en mi mensaje del año pasado: no te calles, no seas cómplice, no eches leña a la hoguera de las diferencias entre géneros y no cambies tu cara por un lazo, que lo que vale es tu cara: da la cara contra la violencia de género.


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