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martes, 14 de junio de 2016

Si nos dejan

Anoche me acosté con Pedro Sánchez. Podría haber dicho que me acosté con los cuatro, ya que me repantingué en mi sofá con la clara intención de escucharlos (a pesar de que había prometido que no lo haría, ya lo sé), pero el cansancio de todo el día se fue apoderando poco a poco de mi capacidad de concentración y, ayudado por cuatro vocecillas que pedían el voto con tono monótono, me venció el sopor. Cuando desperté, Pedro Sánchez seguía echándole en cara a Mariano Rajoy  todos los males que sufre este país y asegurando que esto con ellos no habría pasado….por eso digo que me acosté con Pedro Sánchez, porque fue él mi impulso para viajar del sofá a la cama. Había conseguido escucharlos más de dos horas, pero amenazaban con seguir con lo mismo.

El debate de ayer me gustó aún menos de lo que esperaba. Para empezar no me pareció un debate, sino un examen oral: un tribunal que no evalúa pregunta por turnos a cuatro alumnos, de los cuales el repetidor es el que menos nervios aparenta tener. Para debatir hay que mirarse a la cara, y anoche eso no llegó a ocurrir. Lo que vi fue cuatro estatuas griegas (hieráticas, que no atléticas) posando todo el tiempo, maquillados como cangrejos pasados de cocción y mirando al tribunal en lugar de a  la cámara.


El examen oral
Desde el punto de vista periodístico, me pareció una paradoja: convertir lo más esperado de la campaña en una decepción masiva, dar la palabra a los protagonistas para no comunicar nada. El plató, aséptico como un quirófano, con unas falsas ventanas de fondo oscuro, como el futuro que nos pueden augurar estos cuatro sujetos, de un color indefinible entre el gris y el azul pero sin parecer azul porque se identificaría con un partido. La realización, errática, aburrida, insulsa: casi siempre el mismo plano del que hablaba, alternando con algún plano general y algún plano del contrario diciendo que no con los gestos aprendidos del asesor de imagen de turno. No sé si aparte de ellos cuatro se coló algún fantasma en el plató, pero mientras hablaban escuché varios ruidos, penoso.

Desde el punto de vista psicológico, la actitud de los cuatro fue acorde con el plató, aséptica. Repitieron los roles que se les han asignado para subir en las encuestas: el experto, el ilusionado, el responsable y el salvador. Cero para todos en comunicación no verbal, excepto para Iglesias. Los otros tres llevaban tan estudiado el papel que ni manifestaron emociones, lo cual me preocupa enormemente, dicho sea de paso. Algún arquear de cejas, alguna negación con la cabeza o con la manita, algún giro de caderas cuando se les suponía enervados por el contrario, pero poca cosa. El señor Sánchez creo que contó algún chiste, lo sé porque él mismo se rio, pero por suerte no soy capaz de recordarlo. El señor Rivera llevaba unas fichas con recortes de prensa, me recordaban a un juego que tienen mis hijos para aprender el abecedario: con C de Corrupción… El gran actor de la noche, únicamente, el señor Iglesias, que como nosotros somos la plebe y no la Academia del Cine, decidió no ponerse corbata, y que ahora parece ser que cree en dios (además de en la socialdemocracia), porque continuamente miraba al cielo y al infierno, y extendía los brazos en posición oratoria. Le faltó rasgarse las vestiduras, pero eso para la próxima, que no se descartan las terceras elecciones.


Con C de Corrupción


Vi dos horas de debate, pero me podía haber levantado a los veinte minutos con las ideas claras, porque para mí se retrataron en la primera frase: “transmito mis condolencias a las víctimas de la masacre de Orlando”. ¿Víctimas de qué? Para unos de la homofobia, para otros del terrorismo y para alguno de ambos. Si de mi voto depende, nunca llegará a ser presidente alguien que no condene cualquier forma de terrorismo. Condenar el terror es lo natural, como lo es el apego a nuestros congéneres por encima de su identidad sexual. Lo antinatural no es la homosexualidad, sino el terrorismo y la homofobia.

Respecto al resto del debate, lo que vi me recordó al famoso bolero “Si nos dejan”. Todos ellos tienen tan claro que no van a poder gobernar en solitario que se dedicaron a pedir el voto para tener más fuerza dentro de su pacto. Todos fueron aclamados al grito de “presidente, presidente” al llegar a sus respectivas sedes, pero ninguno se lo acaba de creer y eso se nota.   ¿Cómo serán la educación, la sanidad, las pensiones, las ayudas públicas, los impuestos, las infraestructuras, la política internacional, la economía, la capacidad adquisitiva de las familias, la atención a la mujer, a la infancia, a los dependientes…? Serán maravillosas, pero para eso nos tienen que dejar gobernar a nosotros, nos tienen que votar, tienen que asumir las uniones pre y post electorales, tienen que respetar nuestro acuerdo de investidura, tienen que conseguir con su voto que los demás no tengan fuerza representativa en las comisiones parlamentarias, en el Senado…que nuestro candidato sea el presidente y cuatro años después….

Y yo me pregunto: ¿y si no los dejamos?


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