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lunes, 21 de marzo de 2016

Tras las huellas de Moisés

Estamos desesperados, nuestro hogar ya no existe y no tenemos muy claro a dónde vamos, Tenemos frío, viajamos con toda la familia, sin comida, con poca ropa, nadie nos ayuda y de repente nos toca cruzar un mar. Efectivamente, mejor esperar a una noche de luna llena, al menos habrá luz.

-Estoy hasta las narices de que los maestros pongan la Semana Santa cuando a ellos les venga bien. Todavía está uno intentando quitarse los efectos del turrón y ahora toca buscar un bikini para ir a la playa.
-No seas bruta, que la fecha no la eligen los maestros, que es por Moisés....

Me encantaría que todos los días fueran iguales, pero no, hay días mucho peores que otros, y algún día regular. Si he conseguido comida para todos una vez al día, ha sido un día bueno. Si no llueve, es una noche buena.

-A ver si no nos llueve, que ésa es otra. Me veo aguantando a tu cuñado llorando como un niño de pecho porque no ha salido la Madrugá y yo muerta de frío en la playa volviendo blanca como la leche.

Unos adolescentes nos han tirado piedras desde lejos y nos han llamado terroristas. Estábamos rezando y no los hemos visto venir.

-Yo hasta el lunes no me voy, que a los niños les gusta mucho la Borriquita.
-Pero si no van ni a religión en el colegio.
-Me da igual.

Soy ingeniero agrónomo. Me han dicho que en en algunos invernaderos no te hacen preguntas y puedes trabajar. Mi mujer puede trabajar limpiando, es enfermera.

-Mierda de Semana Santa, siempre igual: tres días limpiando, tres recogiendo. El año que viene cogemos a una de ésas que se ofrecen en el supermercado y que le dé una vuelta a la casa antes de que lleguemos. Yo no soy la esclava de nadie.

Ayer tarde hubo muchas peleas por comida. El camión traía poca cosa y todos querían acumular para el viaje porque la luna llena empieza hoy. Le he dado un empujón a nuestro vecino, se ha caído y lo han pisado. Estoy avergonzado.

-Niño, el Mercadona parecía un campo de refugiados. No había quién se moviera por allí, qué barbaridad, ¡qué exagerada es la gente! Hasta me he tenido que pelear con un imbécil porque sólo quedaba una caja de las galletas que les gustan a los niños.

Tenemos mucho miedo. Se dice que no hay chalecos salvavidas para todos y los niños llevan dos abrigos cada uno, pero hace mucho frío. Me preocupa el pequeño, mi mujer está muy cansada y dice que cada vez tiene menos leche. Además, con él no podemos correr.

-Con todo lo que me quejaba de los maestros, y ahora estoy deseando llegar a la playa. No veo el momento de tirarme al sol, no hacer nada y que los niños no me molesten. El que menos lata da es el chiquitito, qué bueno es mi niño, con tomar su teta ya tiene bastante.

Hemos llegado por la mañana, aunque nos dijeron que sería al amanecer y no nos vería nadie. La playa estaba llena de gente tomando el sol, haciendo deporte, jugando con sus hijos, gente feliz. Casi no teníamos fuerzas para caminar, llevamos muchas horas sin beber agua.


-Por dios, cómo llora ese niño. Déjamelo, mi arma, que yo sé lo que necesita.



En septiembre de 2002, Isabel María Caro, una turista sevillana que estaba descansando en la playa con su familia, en un acto de solidaridad extremo,amamantó a un bebé nigeriano que desembarcó de una patera, cuya madre estaba desfallecida. Hoy he escrito esta ficción basada en aquella noticia, para recordar que, aunque todos estamos inmersos en nuestra acuciante vida occidental que muchas veces nos impide ver más allá, en ciertos momentos de lucidez, la vida nos pone ante los ojos la realidad de aquéllos que tienen menos suerte. Aprovechemos estos momentos de lucidez y seamos solidarios.



Desde 2002 las políticas sobre inmigración de la Unión Europea no han conseguido más que rupturas del acuerdo de Schengen y convertir el Mar Mediterráneo en la fosa común más grande y vergonzosa de nuestra historia.


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