El tejado de la ópera de Praga está ornamentado por
diversas estatuas de músicos que hicieron méritos en su momento para
merecerse un lugar así, Mendelssohn entre otros. A pesar de que el padre
de Mendelssohn abandonó tempranamente la fe de Abraham y sus hijos no
recibieron educación religiosa, cuando los alemanes llegaron a Praga,
una de las primeras órdenes de "limpieza" fue desmontar la estatua de
aquel músico judío degenerado del tejado de la ópera. La novela Mendelsohn está sobre el tejado, del checo Jiří Weil, cuenta cómo ocho
obreros checos fueron enviados allí por su capataz, un tal Julis
Schlesinger. Ni Julis ni los ocho obreros tenían conocimientos musicales
como para distinguir la fisonomía de Mendelssohn entre todas las
estatuas de músicos de aquel tejado, pero a ninguno se le ocurriría,
dadas las circusntancias, bajar a preguntar al oficial de la SS de
turno. La novela cuenta en su primer capítulo cómo, tras un pequeño
debate, los obreros deciden tirar la estatua que tenga la nariz más
grande, considerando éste atributo suficiente de la apestosa sangre
judía, así que, tras fijarse bien, comienzan a desmontar la del
devocionado Wagner...
Ópera de Praga coronada por sus músicos |
Seguramente si los alemanes hubieran ganado la II Guerra
Mundial, millones de personas no habrían podido casarse con la marcha de
Mendelssohn, aunque no creo que por ello les hubiera ido mejor o peor,
igual se habrían casado y siempre es mejor sellarlo con un toque
musical, supongo. Los alemanes no ganaron la guerra, pero algo de su
filosofía debió quedar en Europa, porque aún mantenemos las alertas
sobre a quién debemos arrojar de nuestro tejado, según el día. Veo el
informativo y me entero de que hoy llegan los primeros refugiados sirios
a Madrid, y cualquiera sentaría un sirio en su mesa, sin embargo, entro
en cualquier red social y hay auténticas campañas para arrojar de
nuestro tejado a cualquier producto que parezca ser catalán, aunque no
lo sea, aunque sólo esté en esa lista de supuestos productos catalanes
por tener la nariz grande. Lo más gracioso es que quienes promueven ese
tipo de boicot lo hacen enarbolando un nacionalismo, presumiendo de amor
a la patria y cargando contra aquellos que supuestamente la quieren
desmembrar.
Yo por convicción soy internacionalista. Ser nacionalista
es lo natural, no serlo sería como no amar a la propia madre, pero sin
negar lo propio, dar sitio en nuestro tejado a quienes vienen de fuera y
lo merecen, es lo que nos puede hacer crecer. Quiero que en mi tejado
crezcan muchos Mendelssohn, o al menos todos los que yo quiera que
estén, no los que me digan. Pienso, luego no me da miedo sentirme
diferente.
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