"Por Dios, un director de escena componiendo virgos, ¿que me quedará por ver?". Ésas eran mis reflexiones el sábado cuando volví a apostar a favor del teatro y en contra del fútbol y nuevamente salí ganando. El sábado fui a ver La Celestina del Teatro de la Abadía, dirigida y protagonizada majestuosamente por José Luis Gómez.
Yo creo que existen muchas formas de hacer teatro, pero a los clásicos siempre hay que volver, bien para beber de ellos, para reflejarse o por el contrario, para retratarse en la imagen inversa de ese espejo del tiempo que suponen. La Celestina es más que un clásico, es el testimonio escrito de un momento histórico: el nacimiento de nuestra voluptuosa personalidad colectiva como pueblo, un pueblo al que la religiosidad, la magia, el vino y los placeres de la carne han sido los únicos capaces de mantener unido, al menos hasta que siglos después apareciera el fútbol.
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Saltándome el fútbol otra vez |
He de decir que esta obra me gusta mucho, así que el sábado iba favorablemente predispuesta, pero cuando se levantó el telón, y pude ver el espacio escénico que La Abadía nos había preparado, y escuchar música sefardí en los primeros cinco minutos, decidí disfrutar acogiéndome a la consigna de Elicia ("gocemos y holguemos que la vejez pocos la ven"), y el resultado fueron dos horas y media de placer estético y escénico.
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"Gocemos y holguemos que la vejez pocos la ven" |
El Teatro de la Abadía, fiel a su compromiso divulgativo y formativo, había colocado varios paneles informativos en la antesala del Teatro Calderón con información sobre el autor, la obra y la convulsa época que la vio nacer. Me gustó mucho ese detalle, porque refleja el respeto y conocimiento del texto medieval que luego se constata en la representación. La adaptación a cargo de José Luis Gómez y Brenda Escobedo es fiel, respetuosa, pero también actual, divertida y trepidante, porque mantiene gran parte de un original muy extenso.
La Celestina es un tamiz por el que se filtra la imagen de una sociedad muy parecida a la actual. Por sus oquedades pasa la esencia de unos personajes que fluctúan entre la fe y la magia, la riqueza y la necesidad, la bondad y el egoísmo, el amor y la codicia, su realidad y el paraíso. Al otro lado permanecen esos personajes descarnados, desnudos, ofrecidos a su destino y enfrentándose al mismo tiempo a él. Este tamizado produce una multiplicidad de perspectivas espacio temporales que convierten la obra en un círculo dialéctico perfectamente reflejado en la magnífica escenografía oblicua de espacios múltiples y sorpresas varias que nos ofrecen Alejandro Andújar y José Luis Gómez.
También me ha gustado mucho la amortización del espacio escénico que hace José Luis Gómez en esta obra, convirtiéndolo en un espacio vivo, y a veces ruidoso, más allá de la escena principal. La música oportuna acompaña este microsistema. Una iluminación certera le da vida. En fin, esta Celestina ha conseguido el efecto deseado: juro por las barbas de su converso autor que la próxima vez que La Abadía venga a Valladolid, yo estaré entre el público.